Durante un largo período de tiempo la comunidad científica, por estrictas razones teóricas, sostenía que la Depresión Infantil no existía (coincidiendo con la poca importancia que se le daba a la salud mental de los niños), Sin embargo, en el mundo real existían niños deprimidos y algunos clínicos empezaron a revelarse contra la ortodoxia que vetaba la posibilidad de su existencia.
Esto empezó a ocurrir hacia los años 40 en distintos campos de la psicología aplicada, y comenzaron a aparecer estudios relacionados con la depresión infantil, bajo los nombres de Akerson (1942); Spitz (1945); Bowlby (1951), entre otros. A principios de los años sesenta Harlow (1961) observa, en los monos separados de sus madres, exactamente el mismo tipo de conductas que habían señalado Spitz y Bowlby en los niños.
Hoy es un hecho indiscutible que niños y niñas pueden tener depresión. Estadísticas nacionales revelan que entre un 4 y un 6 por ciento de la población infantil ha desarrollado algún grado de depresión que se refleja en un conjunto de síntomas que por su cantidad, intensidad y duración, incide en el desarrollo normal de los niños. Para que exista depresión, primero el niño tiene que haber conseguido la función psíquica de la tristeza. Así pues, en edades de 2 a 5 años es complicado distinguir lo que es depresión de lo que es el nacimiento de la tristeza, la pena o la nostalgia.
Casi todo problema de desajuste psíquico en los niños está impregnado de ansiedad y de depresión, de forma irregular e intercambiable. Pudiera estar provocada por factores externos al niño, que le agreden de una manera directa o indirecta, o conflictos personales del niño más internos.
La depresión infantil puede definirse como una situación afectiva de tristeza mayor en intensidad y duración que ocurre en un niño. Se habla de depresión mayor, cuando los síntomas son mayores de 2 semanas, y de trastorno distímico, cuando estos síntomas pasan de un mes.
Pero detectar una depresión infantil no es fácil. Primero, porque la forma en que la depresión se manifiesta depende de la etapa de desarrollo, ya que puede aparecer en todas las edades. Un niño pequeño, por ejemplo, no podrá verbalizar cuál es el problema y se expresará mayormente a través de conductas de hiperactividad o retraimiento. En cambio, un niño más grande podrá, a través de sus expresiones, dar pistas más claras de lo que vive.
Sin embargo, quienes pueden alertar mejor de una depresión infantil son los adultos más cercanos y significativos a los niños: padres y profesores. Por eso habrá que prestar atención a ciertos comportamientos que persisten e interfieren con su desenvolvimiento normal y no dejarse llevar por mitos como que "los niños no entienden", "no les afecta" o "se les pasa con el tiempo".
Los criterios generales para diagnosticar depresión infantil son la presencia de estados de ánimo caracterizados por la tristeza, el retraimiento, irritabilidad, y anhedonia (pérdida del placer), llanto fácil, falta del sentido del humor, sentimiento de no ser querido, baja autoestima, aislamiento social y emocional, cambios en el sueño, cambios de apetito y peso, hiperactividad, disforia e ideación suicida. Son niños que parecen tristes, desgraciados, sin que sea necesario que se quejen de sus desgracias. Una confirmación del estado depresivo se da cuando el niño se autocrítica en exceso, dificultades para dormir y temores exagerados sobre la muerte.
Entre los posibles factores desencadenantes, estos pueden ser:
Acontecimiento o evento estresante: La aparición de un acontecimiento o evento estresante puede favorecer la existencia de pensamientos depresores, sobre todo en estas edades en las que el niño es mucho más vulnerable. Por lo general, la reiteración del fracaso (culpabilizar al niño de ciertos fracasos) y la ansiedad que suele acompañar a estos acontecimientos, puede hundir al niño en un estado de indefensión haciendo que se inhiba más.
La familia: Constituye un ambiente especialmente importante, tanto por las influencias que tiene en el comportamiento infantil, como por el conjunto de relaciones que en ella se configura. Por lo que cualquier conflicto que se dé en la familia puede afectar directamente al niño, por ejemplo, disputas familiares o inestabilidad de la convivencia familiar.
El carácter permisivo de los padres: Éste es un factor que quizás sea más determinante en niño algo más mayores, pero a estas edades influye el que los padres riñan constantemente al niño por jugar con algo o que no le dejen experimentar como es propio en estas edades, es decir, que no le dejen tocar, moverse, etc.
La escolarización: Otra causa de la depresión infantil es el fracaso en el rendimiento escolar. En ocasiones, los menores tienen cargas de trabajo muy pesadas, lo cual implica gran exigencia tanto por parte de los maestros como de su familia. Esto provoca en ellos angustia y tristeza, con lo que su capacidad de estudio disminuye y se establece un círculo vicioso.
Este factor junto con los otros no suelen ser los únicos motivos de la depresión infantil, generalmente se dan combinados y con otros trastornos, como hiperactividad, agresividad, lo que hace difícil la detección de la depresión.
A modo de conclusión, en la actualidad la existencia de la depresión infantil es un hecho común aceptado por la comunidad científica especializada, por lo que es de gran importancia su estudio y tratamiento. La experiencia de vida de los niños es más sensible ya que están en un proceso de desarrollo y cambio continuo. Es muy probable que no podamos eliminar la depresión en nuestro mundo, sin embargo, mientras más estudiemos sus orígenes, vamos a poder ayudar y prevenir sus efectos destructivos en el funcionamiento humano de nuestros niños y adolescentes. Finalmente, algunos científicos han llegado a denominar a la depresión como la enfermedad del siglo XXI.